Las advertencias de Francisco Manrique, ex funcionario de Agustín Lanusse y mano derecha de Pedro Eugenio Aramburu, del propio presidente de Papel Prensa, y primo y socio de José Martínez de Hoz, Jorge Martínez Segovia, fueron claras: los Graiver tenían que vender a otro grupo económico que no fuera ni extranjero ni judío, y los elegidos eran los diarios Clarín, La Nación y La Razón. [9] La oportunidad sobrevino a principios de noviembre del ’76, cuando los Graiver necesitaban el apoyo del Estado para tratar la transferencia de las acciones clase “A”, de los socios fundadores (Doretti, Rey y Civita), al Grupo Graiver (representado por la sociedad Galería Da Vinci y por Rafael Ianover, conocido como el testaferro de David). “El Estado no quería estar asociado, aunque fuese por un breve lapso con el Grupo Graiver. No estaba dispuesto a aprobarlo”, aseguró Pedro Jorge Martínez Segovia. Si no conseguía esa aprobación, los Graiver corrían el riesgo de perderlo todo. [10]
Así fue cómo llegaron las voces de los representantes de los tres diarios, como la de Guillermo Gainza Paz, de que querían comprar. Mientras, desde las páginas de Clarín y La Nación les informaban a sus lectores, en notas y editoriales, que los Graiver estaban vinculados con fraudes millonarios y se le exigía a la Junta que los investigara. [11] “Nos humillaron”, reconoció Isidoro Graiver.
Los tres diarios y las tres armas consiguieron lo que querían, cuando Lidia Papaleo (en nombre de su hija, María Sol), sus suegros, Juan y Eva, y Rafael Ianover firmaron la venta de la empresa “a un precio vil”. [12] “Firme o le costará su vida y la de su hija”, la amenazó Magnetto. [13]
Uno de los conflictos principales fue que la venta firmada por Papaleo y los padres de David se hizo ad referéndum de la autorización judicial, ya que la herencia de David estaba siendo administrada en el juicio sucesorio. Por eso, después de la venta, Lidia siguió recibiendo órdenes: “Las presiones seguían llegando.” El 9 de marzo de 1977, Lidia se presentó en el juzgado pidiendo que aprobaran la venta, pero no lo logró. Ya no podía hacer nada más. El 14 de marzo fue secuestrada. Las dos secretarias de “Dudi”, Silvia Fanjul y Lidia Gesualdi, también.
Al día siguiente le tocó el turno a Isidoro. Más tarde, a la mano derecha de “Dudi”, Jorge Rubinstein. Todos fueron torturados, interrogados por su patrimonio y sus movimientos comerciales. Al punto, incluso, de la muerte. Rubinstein murió de un paro cardíaco en medio de una sesión de tortura. Fue en el centro clandestino de detención Puesto Vasco, Quilmes, el 4 de abril. Lo reveló Tiempo Argentino, 33 años después.
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